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“Cuando reflotan estas teorías que han sido muy dañinas, la verdad es que una dice: ¿Es posible que 20 años después estemos discutiendo algo que sabemos que ya no funcionó y que explotó? ¿Qué nos pasa, compatriotas? No podemos tener una Argentina que vuelve sobre sus fantasmas y sobre viejos fracasos. No hay que volver para atrás para solucionar el presente y pensar el futuro”.//”Es necesario que vuelva a haber en la Argentina un programa de gobierno en donde discutamos las cosas de las que estuvimos hablando hoy. No hay que pelearse. Siento hacia nuestra Patria un amor infinito, como millones de argentinos y tenemos la obligación de dar la discusión y el debate”.
Como bien lo mencionó Cristina en su Clase Magistral del 27 de abril, de esto se trata: de apuntar –sin titubeos- nuestras críticas al enemigo principal y rescatar para el seno del Movimiento Nacional, Popular y Democrático, la cultura del debate, de la discusión democrática entre quienes soñamos con una Patria libre de tutores y al servicio de los intereses fundamentales de nuestro pueblo. Es decir, establecer un permanente cambio de opiniones, fraternal y solidario, y no el saturado de diatribas que sólo oscurecen las relaciones entre los que conjugan los mismos verbos ideológicos. Las luchas que se avecinan para enfrentar la hostilidad conocida de los cómplices del odio, exige poner el acento en lo que une y no en lo que divide.
Por eso, el horizonte de expectativas que nutre el porvenir de los argentinos, es necesario alimentarlo cotidianamente. Pero recordando –siempre- que el proceso de transformación de una sociedad, solamente consolida si avanza. En consecuencia, la entrañable aventura de fortalecer una Nación donde la Igualdad sea una bandera insobornable, no admite la presencia de timoratos, ni puede ser un triste refugio que cobije el silencio hipócrita de los neutrales.
La Dirección
En diversos tramos de la historia patria, generaciones de argentinos presumieron que podían tomar el cielo por asalto. La terca realidad, con la mueca cruel que suele caracterizarla muchas veces, tronchó vidas y sueños, impidiendo de esa forma que la esperanza de abrazarse, con el futuro, se pudiera transformar en una verdad cotidiana. No obstante, esas mismas generaciones y las que luego les sucedieron, educadas generalmente en altos ideales humanistas y no en la burda frivolidad, despertaron su noble transparencia cada vez que apareció en el paisaje del país, un atisbo de refugio, un territorio acaso endeble, frágil, pero que supo ayudarles a reiniciar la marcha interrumpida y entibiarla con la calidez de nuevos pájaros de juventud.
En consecuencia, se torna necesario la revalidación de la política con su lógica de paz y no de guerra, con el propósito de construir una sociedad que posibilite una existencia digna a todos los seres humanos que la integren, poniendo el acento en la solución de los problemas que los acosen. Porque como bien dicen los españoles: “quien huye de lo concreto, huye del poder”; entonces, es indispensable abandonar las arengas mesiánicas, “trasnochadas” diría Cristina Kirchner, sin que ello signifique enarbolar –con desparpajo- un pragmatismo sin principios. Al respecto, recordemos que Anatole France solía expresar que “sin utopías, los hombres estarían aun dibujando en el fondo de las cavernas”.
Por lo tanto, debemos asumir que la utopía no es un objetivo que demande su cumplimiento a “rajatabla”, sino que debe constituirse en un referente por cuyo medio “concebimos lo real y determinamos lo posible”. Y redefinir lo posible no es un simple gesto individual, sino un acto de reflexión colectiva, maduro, consciente, para que nos permita a nuestra elocuente mayoría Nacional, Popular y Democrática, continuar –sin soberbia pero con júbilo- tuteándonos con el poder.
(Horacio Ramos)